25.8.09

La Trasgresión de la Descomposición

Catafalco, Teresa Margolles y Semefo, 1997.
El arte es la transcripción y reinterpretación de sentimientos, deseos, placeres e ideas, es también un modo de expresar y compartir, protestar y transgredir, llamar la atención y también darle forma a algo que no se podría o querría decir con palabras.
Uno de los temas recurrentes en el arte es la muerte, la muerte como el fin de todo, la muerte como un deseo de renacimiento, la muerte como metáfora de frustraciones, amores no correspondidos o el duelo ante ese hecho, el único evento seguro en nuestras vidas.
El despojo, la naturaleza muerta, la putrefacción, son algunas formas de mostrar este fin y degradación, el medio expresa la idea de la muerte, sujeto siempre a interpretación y la posibilidad de supedición a la belleza de la obra, no miramos la muerte en la obra, aunque sea esa su intensión.
Cuando el medio de expresión, el soporte, es lo putrefacto, pensar en la muerte es inevitable, aunque no el fin de lo que se expresa, nos viene a la cabeza todo el contexto de lo muerto convertido en parte de la expresión de una idea que no necesariamente es la muerte, lo muerto hablando de la vida, recordandonos la putrefacción que viene después de la muerte, que la muerte tiene una causa y parte del rito implica romper tejidos e inspeccionar órganos hasta confirmar las causas, proceso en el cual el cuerpo ya es sólo un objeto y la sangre una vez que deja de alimentar células se convierte en vehículo de bacterias y otros organismos que cumplen un ciclo.
A veces perfumada, a veces maquillada, la honramos y pronto se guarda y encierra bien en un lote, donde será homenajeada y olvidada en la mayoría de los casos. Bien se puede cremar y de ambas formas nos aseguramos de no saber de los despojos, de los gusanos y demás insectos que hacen su festín de estos restos orgánicos. Actos que solamente reflejan nuestro disgusto hacia la muerte, la propia por supuesto, porque al final la muerte sólo importa a los vivos, porque los muertos ya no sienten nada. Esto lo saben bien quienes trabajan con ellos, los que los recogen en las calles, embalsaman, abren en búsqueda de respuestas, son un montón de carne y otros tejidos a los que no se les puede tener muchas consideraciones, tejidos que pronto se desintegran, líquidos que fluyen y gotean, pronto se convierten en alimento, pronto se llenan de colonias de insectos. Despojos que son clave para el estudio médico, que en algunos casos servirán para descubrir que llevó a la muerte a un individuo o bien saber que nos mata, que nos enferma.
Es el caso de gente como Teresa Margolles, Peter Witkin, Andrés Serrano y Grupo Semefo, que convierten la muerte en el medio y materia prima para la expresión de ideas.
Teresa Margolles, nace en México en 1963 en Sinaloa, estudió medicina forense y ciencias de la comunicación. En los noventas con Arturo Angulo, Juan Luis García Zavaleta y Carlos López Orozco crean Grupo Semefo, su trabajo explora a través de fotografías, instalaciones y video, la muerte, la violencia en ella, los procesos y rituales forenses, su obra transgrede nuestra elección de no querer saber nada de la descomposición después de la muerte y mucho menos saber las causas exactas o bien saber que mueren cientos de personas a diario de formas violentas y que hemos perdido la humanidad ante éste hecho.
Los restos son parte de la obra, el acto de putrefacción, el agua de limpieza de cadáveres que se va la cañeria, cabellos y piel, mostrandonos en algunas obras, los procesos forenses. La obra inevitablemente nos hace pensar en la muerte, muchas veces en el desagradable, sin embargo natural, proceso de descomposición, en la desintegración y en el maltrato de un cuerpo que ya no requiere mejores tratos, que ha dejado de ser un contenedor de ideas o simbolismos. Se convierte en simbolos de la desigualdad, de la violencia, de la deshumanización, ante el dolor.
Nos hace pensar en los muertos que se van a la basura porque no hay más opción, en los muertos que solo son una rutina, un muerto más que no queremos ver, un encobijado que previa fotografía se crema o se va un foso común, a descomponerse anónimamente con otros tantos muertos sin dueño, sin honores, un individuo que solamente se convierte en materia y se olvida.
Tenemos muertos que no nos son incómodos, solo nos estorban; bebés no deseados considerados desechos, muertos que esperamos olvidar pronto o que hacemos como que olvidamos, mientras se convierten en archivos de casos que nunca serán resueltos, en "ajustes de cuentas" que no requieren la búsqueda de justicia.
En una de sus obras, Ajuste de cuentas, presenta Joyería, hecha de oro y restos de vidrio que recoge de la escena del crimen o bien quedaron incrustados en los cuerpos masacrados en tiroteos. Se denuncia a través de sus obras esta violencia extrema a la que nos hemos acostumbrado y hemos aprendido a ignorar, nos recuerda que siguen muriendo mujeres en la frontera, que no son números, muertos provenientes del tráfico de droga en los que no se piensa cuando se dá el “toque” para olvidar un poco el mundo asfixiante en el que se vive.
Restos de cremaciones como maqueta de una tierra de cenizas y restos de hueso, armas que quitan vida, instrumentos que rasgan la piel, piel que como la de los animales se convierte en un accesorio, en una expresión que trasciende al portador.
Así, Teresa Margolles no nos deja olvidar, ni fingir que seremos inmateriales después de la muerte. No es posible ser indiferente, nadie quiere tocar los restos de los muertos, nadie quiere saber de ellos. Vemos noticieros y periódicos amarillistas con gente atrapada en fierros, tirada en la banqueta, encobijada a lado de una autopista, gente sin cabeza y una muerta mas en el desierto, siendo indiferentes y sintiéndonos inmunes y a través de la incomodidad que provoca una lengua perforada putrefacta de un adolescente que ha muerto en una batalla callejera solo queda pensar que algo está mal, muy mal.

Silencio
Guillermo Martínez
Agosto 2009

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